El modelo de producción, comercio y consumo que ha supuesto un progreso económico y social sin precedentes durante el último siglo, ha estado acompañado de una degradación ambiental que pone en peligro la sostenibilidad del planeta y la conservación de la vida tal y como hoy la conocemos. La pérdida de biodiversidad, la destrucción de hábitats, la deforestación, la contaminación del aire y del agua, el vertido de residuos, las prácticas agrícolas intensivas, el uso de pesticidas, la sobrepesca, la contaminación lumínica, el crecimiento urbano, la escasez de agua o el desperdicio de alimentos forman parte de una larga lista de amenazas interconectadas y que a menudo se refuerzan mutuamente.
Pero si existe un impacto ambiental que en las últimas décadas ha tomado una relevancia significativa en relación con el resto, éste es el cambio climático, causado en gran parte por las emisiones de gases de efecto invernadero, que está provocando un aumento de las temperaturas globales, la fundición de los casquillos polares y de los glaciares, un incremento de los fenómenos meteorológicos extremos o el aumento del nivel del mar. El agua es el principal indicador de los efectos del calentamiento global.
“ La Tierra no es una herencia de nuestros padres,
sino un préstamo de nuestros hijos
— Proverbio indio